31 Jul 2011

En los bares nunca llueve: una lectura.




He tardado un tiempo (terminé la novela hace ya más de un mes) antes de ponerme a escribir esto. Mediaron, entre medias (no las de nylon que tanto enredaron a João) varios pequeños, algunos triviales —y otros no tan pequeños ni triviales— acontecimientos:  el mayor tal vez haya sido la visita y estancia de mis padres con hermana separada y sobrinita terremoto a lo largo de casi dos semanas. Y luego una vuelta Sevilla-Galicia-Madrid para visitar a los amigos, que uno los tiene desperdigados por ahí, y como sin amigos a servidor se le hace la vida bastante triste, solitaria y final, como dijo aquella vez el Grande Marlowe, en El largo adiós:

Hasta la vista, amigo. No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final.

Y también, esto hay que decirlo, ha tenido que pasar ese tiempo como de siesta, ese tiempo que cada novela exige para ser digerida, procesada, basorbida y finalmente, como buena novia (o novio, depende de quien lea esto), pasada por la piedra. Sobre todo si vas a escribir sobre ella (la novela, que no la novia: en ese caso el pasado por la piedra podría ser yo, depende de las dinámicas, ya saben).

Qué les voy a contar. Volvía de la presentación de la novela en Madrid, cuando empecé a leerla, sentado en el Ave rumbo a una Sevilla calurosa e inhóspita. No estaba yo de mi mejor ánimo: nunca me gustó ir sentado de espaldas en un vagón. Como escribió un muy amigo mío, hace años, «[sentado de espaldas en un vagón] se te va escapando el paisaje, y siempre es tarde para ver lo que venía». Cosas de uno. En fin, que me puse a leer la novela. Se lo debía al autor, tal Luis Zaragoza, quien me hizo reír esa noche cuando en la presentación tomó palabra diciendo «Ésta es mi primera novela. Y no os va a cambiar la vida». Digamos que es un manera de hacer un pay-back, o en cristiano, de pagarle a uno lo que se ha ganado. Porque, ustedes lo saben bien,  reírse, con los tiempos que corren, es algo tan preciado como un buen plato de peras al vino. Eso dijo el tal Luis y yo voy al grano y os lo digo ya, (luego vendrán más detalles):
  1. tenía razón (él) .
  2. empecé a leer y no pude parar hasta acabarla.
Ahora bien. Aún tenía la novelita entre las manos y aún no se habían evaporado las últimas sílabas de la última línea de la última página cuando me quedé mirando otro paisaje, el de los tejados que se ven desde mi terraza sevillana —el trayecto se había hecho corto, con el librito entre las manos— y me pregunté: «¿qué - es - esto?»

«Esto» se refería a la novela. Porque novela, lo que se dice novela, pues no, no lo era. Y sin embargo se había hecho leer —lo había pedido a gritos— como tal. Lo cual, todo hay que decirlo, le confunde un poco a uno.

Me acordé de las palabras del autor, la noche anterior. Y, por si acaso, porque uno nunca sabe (por lo delpoder mágico de las palabras) me miré alrededor: ésa era mi casa, mi terraza con mis plantas aromáticas y los ficus y los tiestos de albahaca (para ensaladas, que no para mosquitos, como se estila por aquí… es que hay que ser bárbaro…)… Todo seguía igual: el salón seguía siendo un caos de papeles, libros y esa caja de preservativos en la que guardo los tickets de la compra del mes (controlo mis gastos) encima de la estantería; mi ex-novia seguía sin dar señales de vida, mi intestino seguía dándome problemas cuando mezclaba fruta con la comida, y, por seguir, yo me seguía despertando por la mañana con una necesidad apremiante de seguir durmiendo y olvidarme del mundo… en fin, la novela… bueno, esa “cosa lecturabilis” del tal Zaragoza no me había cambiado la vida. No.

Como no me gusta que lo externo me perturbe (llevo un tiempo leyendo libros de crecimiento espiritual) y quiero ser consciente en cada momento de lo que me pasa y siento, decidí apoyar el libro en la estantería y esperar un rato.

Dejé que reposara unos 40 días (lo mínimo para que el alcohol le saque a la cáscara del limón lo necesario para preparar un limoncello decente, allá por mi terruño donde el limoncello y todo lo relacionado con el mismo es suma de sabiduría popular y compendio de fundamentos filosóficos sobre el arte de vivir) y, al cabo de ese tiempo volví a preguntármelo. Eso pasó ayer.

Pero no supe contestarme. Así que me puse a escribir, a ver si, manotoneando en la oscuridad o sencillamente dándole a la tecla llegaba a sacar algo en claro. A eso voy.

No es una novela. Ni pretende serlo, según dice el autor. Y sin embargo nos cuenta una historia. Pero una historia que, de alguna manera, se cuenta por omisión, por falacia, por ausencia. Porque del tal João Siniestro, persona por antonomasia, no sabemos casi nada. Hay algo oscuro en él, pero parece que ni él se da cuenta y, seguramente, no se dan cuenta de ello todas las mujeres con las que se encuentra (o tal vez sí… y de ser así tendré que revisar toda mi teoría y praxis seductoria y vivencial y darle un toque de oscuridad siniestra a mi perfil). Porque —eso sí— si de João vamos intuyendo cosas muy poco a poco, mucho más sabemos de sus mujeres (incluyamos aquí la madre, porque mucho de Edipo hay aquí). Y de los otros personajes que van apareciendo y desapareciendo a lo largo de la(s) historia(s): todos un poco farsantes, todos un poco huyendo de sí mismos (tal vez como el mismo João, pero de otra manera) y todos con un carboncillo en la mano, contribuyendo con sus trazos a delinear —otra vez, en ausencia, con el blanco, más que con la negrura del trazo— un perfil psicológico que el autor ha querido (o tal vez simplemente le ha salido así y ni se ha dado cuenta) dejar abierto e inconcluso.

El libro tiene también sus puntos flojos: una primera novela (…ejem… ¿novela?) siempre los tiene. Y luego vienen los gustos, claro. Para mi gusto, por ejemplo, hay momentos en los que se le ve el adjetivo “novel” al escritor: ciertos pasajes superfluos o explicativos, ciertas caídas de tensión… pero eso pasa en las mejores familias. Y luego, insisto, se trata de una primera… ¿novela? Los de la editorial dicen que pertenece al género del junk delighting —deleite basura—, lo cual nos viene a decir que sería algo así como el Burger King de la literatura. Y, todo hay que decirlo, no hay nada como una buena hamburguesa de madrugada después de una noche de juerga, ¿no?

Me paro un momento, releo lo escrito y veo el guiño. Sabía yo que dándole a la tecla habría… dado con la tecla... (que por eso lo hago, quiero decir, lo de darle a la tecla....ehhmm).

La huida, allí está la respuesta. La huida, ésa que siempre te vuelve a llevar a la encrucijada de la que partías, es un poco el trasfondo de esta… ejem… «novela». Acabo de darme cuenta ahora.

Y cuanto más lo piense, os soy sincero, más me convenzo de algo: creo que ni el autor se ha dado cuenta. Él también está huyendo. Un poco como todos.

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Para lxs que quieran saber (y leer) más: